Transcurría el año 1995. Los hostiles ataques al Gobierno nacional y al sistema político colombiano por parte de fuerzas subversivas formaban parte de la historia del momento. Una mañana de noviembre de ese mismo año, uno de los hombres más influyentes de Colombia fue asesinado. Álvaro Gómez Hurtado, militante del partido Conservador, catedrático y político de amplia trayectoria, era uno de los más duros opositores del presidente en ejercicio Ernesto Samper Pizano. Su asesinato fue calificado por muchos como crimen de estado y el Presidente Samper, junto a su entonces ministro del Interior, Horacio Serpa, fueron investigados directamente.
Pero la historia cambia y Colombia se ha caracterizado por ser un país con una historia dinámica, tan trágica como inverosímil. Han pasado 25 años desde aquella mañana en las afueras de la Universidad Sergio Arboleda, cuando un nuevo expediente de la Fiscalía General de la Nación se abrió y comenzó una amplia investigación sobre lo ocurrido, hasta que hace unos días las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), hoy convertidas en un partido político, confesaron su responsabilidad en el magnicidio de Álvaro Gómez ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
Así las cosas, después de más de dos décadas de teorías de la conspiración y de investigaciones judiciales que no condujeron a nada, las FARC reconocen su autoría en el magnicidio. Por años las hipótesis han rondado entre un homicidio de ex narcotraficantes, un asesinato cometido por militares como retaliación porque Gómez Hurtado no colaboró con un supuesto golpe de Estado contra Samper y un crimen de Estado gestado por el gobierno del entonces Presidente de la República. Nada nunca apuntó a las FARC.
Juntos, Ernesto Samper y Horacio Serpa se declararon sorprendidos por las confesiones de las FARC. A través de una misiva, firmada por ambos, manifestaron que “en los últimos años hemos sido víctima de los insultos y calumnias de las familias de Álvaro Gómez, movidos por mezquinos intereses económicos. Asimismo, según esta revelación, también hemos sido víctimas del silencio de las FARC sobre su responsabilidad en este homicidio. Tal circunstancia no nos impide, sin embargo, entender la importancia que puede llegar a tener este reconocimiento en el propósito de construir una nueva narrativa de paz, a través del sistema de justicia transicional, liderado por la magistrada Patricia Linares, en la JEP, y el padre Francisco de Roux, en la Comisión de la Verdad”.
Según La Silla Vacía, el reconocimiento de responsabilidad de las FARC, “es la primera señal concreta de la avalancha de verdad que los exguerrilleros han anunciado. Es un paso que le da legitimidad a la JEP y es una prueba más, no solo del poder que llegaron a tener las FARC, sino de la importancia del Acuerdo de Paz que condujo a su desmovilización”.
A través de un comunicado de prensa, el ahora partido político no solo reconoció la responsabilidad de las FARC-EP en el homicidio de Álvaro Gómez Hurtado, sino también de Jesús Antonio Bejarano, Fernando Landazábal Reyes y Pablo Emilio Guarín, así como de Hernando Pizarro Leongomez y José Fedor Rey. “De esta manera, ratificamos nuestro compromiso indeclinable con la paz de Colombia, con las víctimas y sus familiares… Reconocemos que fue un error haber asesinado a un político de la talla de Álvaro Gómez Hurtado. Hemos leído sus biografías y hoy sabemos que su contribución a la paz del país habría sido fundamental. Pero la guerra nubla la mirada del futuro y sólo permite ver la realidad en blanco y negro para dividirla en amigos y enemigos”.
Según declaraciones que un miembro del grupo subversivo hizo al periódico El Tiempo, el análisis hecho por Marulanda para asesinar a Gómez Hurtado fue el de “aprovechar una situación táctica para convertirla en hecho estratégico: puso a la oligarquía a discutir y a entrar en contradicciones para sacar a relucir las pugnas en las propias entrañas del poder. Marulanda supo leer el momento y, sin proponérselo, las Farc desencuadernaron lo que había luego del Frente Nacional con todos sus odios y mezquindades políticas”.